“En nuestro 104 años de vida, sigue enseñándonos a entregarnos sin medida en el servicio a los demás”
San Luis Gonzaga nació en 1568 en Italia en una familia noble. Su madre, preocupada por las cosas de fe, lo consagró a la Virgen y lo hizo bautizar. Mientras que al papá sólo le interesaba el futuro mundano del hijo y que fuese soldado como él.
San Luis frecuentaba mucho los cuarteles y allí aprendió la importancia de ser valiente, pero también adquirió un vocabulario rudo.
Poco a poco fue creciendo en la fe y a los nueve años hizo un voto de castidad. Cuando tenía trece años conoce al Obispo San Carlos Borromeo, quien queda impresionado con la sabiduría e inocencia de Luis y le da la Primera Comunión.
Por asuntos de su padre tuvo que viajar a España y en la iglesia de los jesuitas en Madrid oyó una voz que le decía: “Luis, ingresa en la Compañía de Jesús”. Su madre tomó con alegría los proyectos de Luis, pero el papá montó en cólera y no aceptó fácilmente la inquietud vocacional de su hijo.
San Luis ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús. Con el tiempo se convirtió en un novicio modelo, se mantuvo fiel a las reglas y siempre buscaba estar en los oficios más humildes. En ocasiones, durante el recreo o en el comedor, caía en éxtasis.
Por aquel entonces la población de Roma se vio afectada por una epidemia de fiebre, los jesuitas abrieron un hospital donde los integrantes de la orden atendían. Luis empezó a mendigar víveres para los enfermos y logró cuidar de los moribundos hasta que contrajo la enfermedad.
Se recuperó de ese mal, pero quedó afectado por una fiebre intermitente que en pocos meses lo redujo a un estado de gran debilidad. Acompañado de su confesor San Roberto Belarmino, se fue preparando para la muerte.
En una ocasión cayó en un arrobamiento y se le reveló que moriría en la octava del Corpus Christi. Con la mirada puesta en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, partió a la Casa del Padre alrededor de la media noche, entre el 20 y 21 de junio, con tan sólo 23 años.